PORQUE ME DA LA GANA

Y tú, ¿por qué entrenas?

¿De verdad quieres saber por qué entreno? ¿Por qué me siento poderosa cada vez que acabo empapada en sudor, con los músculos temblando y con una fuerza que ni siquiera sé de donde sale?

 

La historia es más compleja.

 

Llevo más de 15 años corriendo, empecé a correr para escapar.

Entre los 12 y los 16 años sufrí bullying en el colegio.

Ahora está muy de moda el término y los casos no paran de circular por las noticias.

Mi historia no fue así, a mí me arrinconaban en el patio del colegio entre 5-6 matones ignorantes de mi pueblo. Me tocaban hasta que se cansaban, mientras se reían de mí y el resto de gente del patio pasaba por delante sin inmutarse. También las que creía que eran mis amigas, ellas también.

También los profesores del colegio lo sabían, todo el mundo lo sabía, pero había que tener demasiado valor para alzar la voz. Nadie lo hizo.

Yo tampoco, como para que se enterasen mis padres en casa…

Entre todos consiguieron que me pasase los recreos de un par de cursos encerrada en los baños del colegio, escribiendo apotegmas en una libreta.

Empecé a correr para poder llorar.

Empecé a correr para poder salir de casa y liberarme. En el colegio no podía llorar, en casa tampoco, nadie me iba a ayudar. Nadie se podía enterar.

Al correr conseguía descargar toda la rabia que tenía acumulada.

Primero era media hora, luego 1h; pasé del asfalto a los caminos, luego al monte, a meter las piernas en el río; como si al volver a la realidad todo fuese a pasar…

Así empecé a correr, un día a la semana, luego dos, tres…

 

Llegó bachiller, ya no sufría bullying.

Pero seguí corriendo.

Empecé a comer muy poco, así me sentía más ligera corriendo. Llegó el estrés de la PAU, corría para desahogarme, para desconectar…Mi cabeza se escapaba a sitios a los que mi cuerpo no podía ir.

Llegó la Universidad, seguí corriendo, cambié todos mis paisajes, me sentía aún más poderosa… el frío de Castilla cortándome la cara cada invierno, las tormentas a destiempo…

Sin querer, correr se convirtió en mi autoterapia. Sin querer, los ignorantes habían conseguido que me hiciese invencible.

Un par de curros, un par de novios, un par de ciudades…mientras seguía corriendo.

 

¡Mírala, no descansa!

¡Mira, para un día que puede dormir…y madruga para correr!

¡Pero a dónde vas con este día!

¡Vas a coger una pulmonía!

¡A dónde vas tú sola!

Qué tía más rara… 

¿No saldrás a correr de noche, no?


Cuanto más caos mental, más kilómetros en las patas.

Cuanta más felicidad, más kilómetros disfrutones.

Y llegó una pandemia mundial. Y seguí corriendo. Pero empecé a entrenar el resto del cuerpo.

Y entonces acabé de sentirme una heroína. Llevaba tantos años tuteando a mis demonios que necesitaba darles algo más. Y volví a superarme. Yo sola. Una vez más. Y volví a ganar. Para variar...


Y en eso sigo, librando batallas, fuerte como el hierro. Cada día un poco más. Cada día todo más. Mientras todo el mundo menos.

 

Asique no me vengas a cuestionar mis decisiones, a opinar sin que te pregunte, no me vengas a rebatir los movimientos, no me hables de caídas, ni de debilidades. No me hables de no poder. Tampoco de moralidades, éticas ni deberes.

 

Hago lo que hago p.o.r.q.u.e m.e d.a l.a g.a.n.a.

 

Y de cada vuelco, salgo más fuerte.

 

Han tenido que pasar 30 años para poder vomitar todo esto. Ahora ya está.


 

Comentarios